¡Estamos de vuelta!
Y en esta nueva etapa el propósito es fomentar la lectura. Para ello echaremos mano de diferentes soportes. Porque lo fundamental, a nuestro parecer, es que las letras que nacen del alma de un escritor encuentren eco en un lector compatible, alguien que vibre en esa misma sintonía.
La primera fase de la luna es la más oscura, y para hacer los honores a este nuevo comienzo hemos invitado a uno de los más oscuros entre los oscuros, Esteban Díaz.
A continuación les dejamos el primer capítulo de su novela «Deméter» en tres formatos:
vídeo, podcast y transcripción literal.
Al final de la transcripción encontraréis los enlaces para seguir conociendo a este autor.
Al final de la transcripción encontraréis los enlaces para seguir conociendo a este autor.
6 de Julio de 1889, antes del alba
La neblinosa noche de Varna, que ya corría rauda en busca del
amanecer, era tan silenciosa como el sueño de un difunto. Desde las sombrías
callejuelas del puerto, la muchacha miraba una y otra vez a su espalda,
nerviosa, temiendo ver aproximarse la
enorme figura de Vladimir o escuchar la susurrante y ronca voz de Lustz,
acompañada siempre por esa risilla desagradable, que tenía la capacidad de helar los huesos de
la joven hasta el tuétano. Misha observó las cajas de madera rotas al fondo del
siniestro callejón, cubiertas por una montaña de desperdicios, tras las que
había escondido a Vanja, abrazada a la maleta con el escaso equipaje que habían
logrado sacar de “El Palacio de la Lujuria y el Pecado”. Desde la esquina de la
calle en la que Misha se encontraba vigilando, con los nervios completamente
alterados, podía oler el hedor que desprendía el lugar bajo el que se hallaba
oculta su hermanita, enterrada entre un mar de sobras de pescado, verduras
podridas y aguas fecales. Sabía que su hermana tenía que estar sufriendo
terribles nauseas y mareos; seguro que estaría haciendo un enorme esfuerzo para
contener las arcadas y no vomitar lo que hubiera dentro de su estómago.
Una enorme tabla unía el muelle con la cubierta,
dando acceso al barco. Había una luz
parpadeando en el interior de la nave, provenía desde la cabina que se
encontraba bajo el castillo de popa. Andreizj no les había mentido, la tenue
luz indicaba que allí se encontraba el hombre que iba a sacarlas de Bulgaria
para llevarlas a Londres, donde podrían comenzar una nueva vida, lejos de todo,
de Madame Lestkovitz y de las pobres chicas del burdel, del enorme Vladimir y
el cruel Lustz y, sobre todo, de su horrible tío Gregor, que era el culpable de
todos sus males y de todos sus problemas.
—Andreizj no ha llegado —comentó Vanja con
preocupación—. ¿Le habrá ocurrido algo?
—El barco no zarpará hasta las doce del mediodía.
Aún está a tiempo de llegar. No te preocupes por él, Van. Andreizj sabe cuidar
de sí mismo —respondió Misha intentando mostrarse segura de sus palabras,
esperando que de verdad el chico apareciera en el último momento, pero no las
tenía todas consigo. Puede que lo hubieran descubierto. Sólo de pensar en lo
que su tío podía hacer al pobre muchacho, por el pecado de ayudarlas, se le
revolvió completamente el estómago.
—Tenía que haber estado aquí ayer por la tarde, Mish
—dijo Vanja que veía claramente la nube de preocupación que cubría el rostro de
su hermana.
—He dicho que no te preocupes por él, Van.
Aparecerá. Estamos muy cerca de conseguirlo, eso es lo único importante ahora
¿De acuerdo?
—De acuerdo —accedió Vanja, aunque no parecía para
nada de acuerdo.
—Subamos al barco y hablemos con ese tal capitán
Dimitriev —dijo Misha tendiendo la mano a su hermana menor para subir juntas al
barco.
Parece
mentira, pero de verdad estamos a punto de lograrlo, pensó Misha, maravillada al ver lo cerca que
se encontraban de conseguir lo que durante tantos años de sufrimiento habían
anhelado. Después de tanto tiempo
encerradas en la oscuridad y el dolor, nos aguarda la libertad, nos espera más
allá del mar; y la puerta es este barco con nombre de diosa clásica: Deméter.
¡Alabada sea!
En el instante en que Misha, apretando la mano de su
hermana para insuflarle ánimo y valor, comenzó a subir la rampa para embarcar,
sintió como las uñas de Vanja se agarraban a su muñeca con fuerza, raspándole
la piel, provocándole un intenso dolor.
La niña se negó a dar un paso más, comportándose de pronto de manera violenta y
se dejó caer de rodillas acosada por temblores incontrolables.
Lo que nos
faltaba. Otro de sus malditos ataques
¡Cómo siempre en el peor momento!
Si el capitán del barco o cualquier miembro de la
tripulación presenciaban el ataque, viendo a su hermana en ese estado, era muy
posible que no las dejaran subir a la nave. La epilepsia era considerada como
una enfermedad del diablo y lo último que querrían los supersticiosos
marineros, sería un pasajero con semejante tara, y mucho menos siendo dos
mujeres que viajarían ocultas y en secreto, en un barco de carga sin permiso
para transportar pasajeros.
Misha apartó como pudo a Vanja de la embarcación,
regresando hacia las sombras. Una vez que se encontraron protegidas por la
oscuridad donde nadie podía verlas, ya fuera desde el barco o desde los
muelles, le puso a la niña un trozo de tela entre los dientes para que no se
mordiera la lengua y, como tantas otras veces, sujetó a su hermana lo más
firmemente que pudo entre sus brazos, hasta que el cruel ataque llegó a su final.
Tras un rato de atroces convulsiones, la niña se quedó laxa y débil. Respiraba
lentamente como si le costara un terrible esfuerzo tomar aire. Vanja señaló el
barco con una pálida mano temblorosa.
—Sangre… sangre. Hay sangre… por todas partes —dijo la niña con una voz,
casi inaudible, que parecía provenir de un lugar muy lejano
—¿Qué es lo que dices? —preguntó Misha con el
corazón en un puño.
—¡Es un barco en el que viaja la muerte navegando
sobre un mar de sangre! —exclamó aterrada su hermana—. No podemos subir a ese
barco, Mish. Algo terrible va a suceder durante su travesía. ¡Vámonos a casa!
Misha, que había aprendido por experiencia propia a
no desdeñar las premoniciones y presentimientos de su hermana menor, estuvo
tentada de hacer caso a la niña. Retroceder todavía más entre las sombras y fundirse con la noche de Varna,
alejándose del barco y del mar.
Pero, ¿a qué
casa regresaríamos? Desde la
muerte de nuestros padres ya no tenemos ningún lugar al que podamos llamar hogar.
Su tío, Gregor Hideromovich, se había hecho cargo de
ellas y había convertido su nuevo hogar en una pesadilla. No, no había para
ellas más hogar que una nueva tierra, muy lejos de su pasado y de la oscuridad
que las perseguía. Justo en ese momento, con Vanja todavía recuperándose de su
ataque y de la consiguiente visión que acompañaba a las convulsiones, dos
sombras surgieron al final de los muelles. Dos figuras reconocibles para ambas
niñas: una silueta era delgada y pequeña, de movimientos nerviosos como los de
una comadreja (Lustz), y la otra era enorme y de movimientos torpes y pesados,
como un oso pardo (Vladimir). Los dos matones predilectos de su tío estaban
husmeando como sabuesos en el callejón que acababan de dejar atrás, se
internaron en las sombras y escarbaron entre los restos de basura tras las
cajas, donde minutos antes se ocultaba Vanja. Por lo visto, los trucos usados
para despistar a sus perseguidores habían fallado en el último momento. Cuando
la libertad se encontraba tan cerca que ya casi podían rozarla con la punta de
sus dedos.
Misha tapó la boca de su hermana con la mano, y a
pesar de ver la súplica desesperada en los ojos de Vanja, la ignoró,
arrastrando a la niña por la fuerza hacia el interior de la goleta.
—Lo que hay dentro del barco no puede ser peor que
lo que nos espera si nos atrapan esos dos y nos devuelven al lugar del que
hemos escapado. Recuerda lo que pasó después de nuestro primer intento de fuga,
lo que me hicieron cuando nos encontraron. Acuérdate de lo que dijo el tío
Gregor que haría si lo volvíamos a intentar. Tienes que confiar en mí, Van
—susurró desesperada al oído de su hermana, mientras embarcaban en el Deméter.
Encontraron al hombre que buscaban, junto a su
primer oficial, en el camarote bajo el castillo de popa, preparando todo para
zarpar a la mañana siguiente. El capitán Dimitriev era un ruso de avanzada
edad, de escaso cabello gris, rostro severo y ojos claros; por su parte, el
primer oficial era un tipo corpulento, un rumano de boca torcida, gesto avinagrado
y ojos pequeños que no miraban a las dos muchachas con ningún afecto, dejando
bien claro que no le agradaba en absoluto la presencia de esas dos mujeres en
el barco. En su expresión malhumorada se podía leer claramente que no estaba
para nada de acuerdo con esa anómala situación.
Misha sabía, por lo que le había contado Andreizj,
que el capitán tenía muchas deudas de juego que le colocaban en una complicada
situación con un grupo de acreedores a los que debía una abultada suma. Por lo
tanto, el viejo había aceptado sin dudar el dinero que le habían ofrecido por
sacar a las dos jovencitas del país y llevarlas en secreto a Londres.
—Ya lo hemos hablado —masculló el viejo capitán con
una mirada autoritaria dirigida a su primer oficial, retomando una conversación
anterior en la que seguramente los dos hombres habían discutido sobre la
conveniencia de llevar esa carga humana de contrabando. Misha se percató de que
el oficial estuvo tentado de discutir con el capitán, pero, finalmente, el
hombre de aspecto tremendamente severo se encogió de hombros.
—Su barco, sus reglas —dijo el rumano en un correcto
ruso, con cierto acento. Dejando patente su disgusto para luego salir del
camarote del capitán sin dirigir la mirada a las dos muchachas, como si
estuvieran contagiadas con la lepra.
—Un tipo rocoso. Testarudo como una mula y con un
carácter de mil diablos —comentó el capitán, ofreciendo a las muchachas un
lugar para que se sentaran, en un banco de madera clavado al suelo, junto a la
mesa llena de cartas marinas e instrumentos náuticos—, pero un oficial de
primera. No se preocupen por él. Gruñe, pero raras veces muerde, por lo menos
si yo no se lo ordenó.
Misha ayudó a Vanja a sentarse. La niña todavía no
se había recuperado del todo del ataque sufrido, y se encontraba muy pálida y
temblorosa. Dos cárdenas ojeras daban sombra a sus, en ese momento, apagados
ojos azules. Entonces, Misha sintió un vuelco en el corazón y el miedo correr
libremente por su columna vertebral como un ratón juguetón que disfrutara
mordisqueando cada uno de sus nervios. Desde el muelle llegaban voces.
Reconoció la inconfundible y desagradable voz de Lustz gritando desde el
exterior del barco. La mano de su hermana apretó la suya con temor.
El capitán, que era un hombre perspicaz, notó como
su rostro se había demudado al escuchar las voces que provenían del muelle.
—No se preocupen —dijo con un susurro
reconfortante—. Nadie subirá a este barco sin mi permiso, señoritas. Se
encuentran a salvo aquí. No hay nada que temer.
El viejo marino se hizo con un arma de fuego. Una
pistola, que sacó de un armero de madera cerrado con candado que se encontraba
junto a su lecho, y escondiéndola bajo su casaca oscura salió al exterior del
camarote.
Misha escuchó
atentamente las voces que llegaban del exterior. Por la subida del tono de las
voces la muchacha percibió que había comenzado una fuerte discusión, aunque no
pudo entender lo que decían, porque las voces sonaban distorsionadas por la
distancia, si que pudo reconocer la afilada voz de Lustz que sonaba como un
serrucho tajando carne, acompañada por el grave y desprovisto de sentimientos
vozarrón de Vladimir, dos voces que nunca en toda su vida podría olvidar. Por
suerte, también resonaban con firmeza los furiosos gritos del oficial rumano y
la autoritaria voz del capitán que, por lo visto, puso fin a la discusión.
Minutos después, el viejo marinero regresó al
camarote con una cordial y tranquilizadora sonrisa dibujada en los finos
labios, casi ocultos bajo la barba oscura surcada por hebras grises como hilos
de plata.
—Asunto arreglado —contó el capitán—. Esos dos
caballeros buscaban algo que se les había perdido, pero ya les he hecho saber
que en mi barco no hay nada de su interés. Se han puesto un poco bravucones,
pero el enorme cuchillo del señor Lacatus, acompañado de mi sonrisa
encantadora, además de la pistola que apuntaba a sus cabezas, les han hecho
entrar en razón. Han seguido buscando, sea lo que sea que extraviaron, muelle
abajo.
—¿No sospecharan de su actitud agresiva? —inquirió
Misha, todavía atenazada por los nervios y el temor—. Pueden pensar que usted,
capitán, esconde algo.
—Ningún oficial hubiera dejado subir a su barco, la
noche antes de zarpar, a dos hombres con el aspecto de esos dos tipos. Nuestros
barcos son nuestros reinos, señorita, y no permitimos a los bravucones hacer su
antojo en nuestros reinos. Seguramente han tenido ya alguna conversación
semejante con alguno de mis camaradas muelle arriba, y tendrán alguna más
muelle abajo. No, señorita, no sospecharán nada. Como le dije a Andreizj: en mi
barco se encontrarán a salvo y las llevaré a Londres sin que sufran ningún mal.
Por cierto, ¿dónde se encuentra el pequeño truhán? Tenía entendido que nos
acompañaría en este viaje.
—No lo sabemos —respondió Misha, preocupada—. Lo
esperábamos hace horas, pero no ha acudido a nuestro punto de encuentro, por
eso vinimos al muelle de noche y buscamos su barco nosotras solas por nuestros
propios medios. Quizá se ha retrasado y llegue antes de la hora de partida,
pero lo cierto es que no sabemos nada de él desde hace días.
El capitán las escrutó con ojos inquisitivos,
intentando averiguar la historia que acompañaba a esas niñas y la relación que
las unía con su sobrino.
Seguramente
ha perdido la cabeza por la espigada pelirroja. La verdad es que no me
sorprende. Si yo tuviera varias décadas menos y mi corazón no estuviera
quebrado por la vida, o si aún sintiera la estúpida alegría de la juventud y el
ardor que la acompaña, también correría detrás de esas faldas. Eso va a suponer
un problema para los hombres. Lástima que no estén llenas de granos y verrugas.
Si fueran feas y obesas, eso facilitaría un poco las cosas… aunque sólo un poco,
pues estoy convencido que después de un mes navegando en alta mar, más de un
miembro de mi tripulación se follaría cualquier agujero por repugnante que
fuera el envoltorio. Ojalá pudiera echarme atrás y sacar a estas pobres niñas
del barco. No saben el peligro al que se enfrentan durante la travesía, pero no
puedo, siento la soga anudándose en mi cuello, limitando mucho mis opciones.
—Esperemos que Andreizj llegue a tiempo —dijo—.
Siempre quiso echarse a la mar para navegar conmigo, pero mi hermana no lo
había permitido hasta ahora. Es un buen chico, pero sólo me dio la mitad de una
bolsa de monedas. Me prometió que ustedes, señoritas, me darían otra parte al
embarcar y una parte final al llegar a destino. Siento ser tan poco cortes,
pero estos tiempos que corren no son corteses, son malos tiempos, en los que
abundan los hombres malos, como esos amigos suyos que se acaban de marchar.
Misha sacó rápidamente una pequeña bolsa llena de
monedas, que había separado del resto de lo que le había robado a su tío al
escaparse del burdel, y le tendió la considerable suma al capitán. El viejo
lobo de mar cogió la bolsa, guardándola después en un bolsillo interior de su
casaca, sin tan siquiera abrirla.
—Los malos tiempos mejoran al conocer a bellas damas
como las aquí presentes —comentó el capitán, riendo con una alegría contagiosa,
mientras acariciaba juguetonamente, casi con lujuria, el bolsillo donde había
guardado el dinero—. Tengo mucho trabajo, el amanecer se acerca raudo por el
horizonte y a media mañana todo debe estar preparado para partir. Las
acompañaré al pequeño refugio que mi amigo Lacatus y yo hemos dispuesto para
ustedes, señoritas. Lamento comunicarles que no es gran cosa, me temo que nada
de comodidades y sí muchas incomodidades, pero les servirá para llegar al lugar
al que desean llegar, y es bastante secreto y difícil de encontrar, por lo
tanto, las mantendrá ocultas a ojos indiscretos hasta que zarpemos y nos
encontremos en alta mar; y luego ocultas a las manos y los ojos celosos de los
agentes de aduanas con los que nos crucemos durante el viaje. Los sobornos son
muy útiles contra semejantes esturiones, pero, aun así, es mejor saber que las
señoritas se encuentran bien escondidas y a salvo cuando esas alimañas suban al
barco. Creo que unas buenas de esas monedas, que celosamente guarda la dama,
serán muy útiles, llegado el caso, para tapar ojos y cerrar bocas, ¿no le
parece así a la joven?
Misha asintió, entendiendo perfectamente a donde
quería llegar el capitán, y dejó caer otra buena cantidad de monedas en las
arrugadas manos del viejo.
—Con eso será suficiente, querida señorita.
Acompáñenme, pronto esto se llenará de marineros y jornaleros que vendrán a
cargar la bodega con las mercancías que transportáremos en esta travesía: cajas
de arena de plata y un encargo de cincuenta cajones de tierra que deben llegar
a Londres.
—¿Arena de plata? —preguntó Vanja con curiosidad. La
muchacha de largos cabellos rubios había comenzado a recuperar el color y el
aliento. Sus ojos azules volvían a brillar con la intensidad habitual en ella.
Tan brillantes como dos zafiros bañados de luz.
—Sí —asintió el capitán—. Se utiliza para pulir
piedras litográficas.
—¿Y la tierra? —inquirió Misha, extrañada por tan
singular cargamento.
—Eso sí que es un misterio, señorita, incluso para
mí. Cincuenta cajones llenos de tierra, procedentes de Transilvania, de Bistriz
o de los alrededores, que deben ser transportados a Inglaterra. ¡Qué el diablo
me llevé si sé para qué demonios alguien quiere llevar tierra de Transilvania a
Londres!, pero el caso es que es un transporte muy, pero que muy bien pagado,
así que el diablo se lleve las preguntas, como dicen en mi pueblo natal.
¡Bienvenidas al Deméter, señoritas! ¡Qué la travesía sea benigna y las olas nos
acunen con amor durante lo que dure el trayecto!
Espero que hayas disfrutado de este autor.

A tus pies Lorena. Muchas Gracias de nuevo. Es un honor absoluto inaugurar esta nueva etapa en tu luna que seguro va a estar llena de éxitos y alegrías. Un abrazo enorme.
ResponderEliminarSabes que mi Luna se viste de gala para recibirte, Esteban, porque tus historias lo ameritan. Seguiremos recorriendo caminos porque la meta es sólo una excusa. Gracias por confiar en nosotras. Un abrazo, oscuro querido
EliminarUna gran entrada, un gran autor y un aspecto formidable el de tu blog, querida luna. Una suerte para todos que vuelvas a las andadas.
ResponderEliminarEs como las relaciones de pareja, mi querido amigo, si vamos a intentarlo de nuevo que sea por todo lo alto. Y qué mejor que este autor para comenzar el nuevo camino :)
EliminarMe ha encantado. Gracias a esta entrada he logrado sacar tiempo para empezar a leer Deméter y escucharlo. No lo he tenido y qué pena. Es muy siniestro y muy de mi gusto. Y yo que pensé que era de leyendas mitológicas, por lo del nombre, y no tiene nada que ver, pero nada.
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir.
Un abrazo.